martes, febrero 15, 2011

Cosas raras, II


En los USA, en Puerto Rico, me sentía libre, hacía lo que quería y compartía habitación con una francesa de origen árabe absolutamente femenina y espectacular. Vivía por y para el amor. Más que iluminada era una coqueta incorregible. En aquellos tiempos yo no tenía nada de eso, ni de iluminación ni de coquetería. No me creía nada los piropos puertorriqueños de “qué linda tú ereh”, vivía en un permanente estado de fantasía y microcoscomos, el de una española en un campus casi norteamericano, cumpliendo el sueño americano.
Recién llegada tuve mi tarjeta de la Seguridad Social de los USA. Apenas aterrizar, un chico policía me llevo en su carro hasta la Universidad y logramos tras dar muchas vueltas ubicar mi estancia temporal (nos trasladaban al edificio de la Torre Norte un par de días después). Al despertar de un leve sueño hallé la maravilla. Me asomé a un humilde balcón y ahí estaban: los mangós, las palmeras y otros árboles tropicales de difícil catalogación. Un esplendor en la hierba sin igual. La francesa me arrastró a la playa con un Jet Lag de caballo. Era domingo y los domingos se solía ir a la playa en determinados ámbitos estudiantiles. La odié por arrastrarme con tanto sueño, pero ella era así, no escuchaba, no había tu tía. Era sí, o sí. Asi que mejor llevarse bien con ella. Siempre le deberé que conociera a Carlitos aquel día. Carlos Morales. Un muchacho encantador y gay. A partir de ahí empezó mi carrera como mariliendres profesional. Un mariliendres, según mi amigo Alfonso Pérez es alguien que no es del mundo gay pero que hace muy buenas migas con él. Y no sé como me las apaño, pero siempre hago muy buenas migas con ese universo. Me encantan y les encanto. Tenemos los mismos gustos y, después de todo, tanto a los gays como a las mujeres hetero nos gustan los hombres, con lo cual, no es tan raro.
Con Alexis, Carlitos y Joselito me lo pasaba genial. No sólo eso, me animaron a montar un ciclo sobre Pedro Almodóvar en Puerto Rico. Y lo hice. Los de Blackbuster me dejaban los videos  y en Casa de España los proyectábamos. Aquí era todo for free. Todo, todo. Lo mejor eran las caras de los españoles  que frecuentaba tan magno lugar al ver las escenas de "Pepi, Luci, Bomb y otras chicas del montón". En aquella época era tan moderna que mi amiga Lisa y yo hicimos hasta una performance de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" sin emitir palabra ni sonido alguno. ¡¡Lo que nos costó encontrar un teléfono rojo en las tiendas de todo a peso!!.
Lo que les contaba, por aquel entonces empatizaba tanto con la causa gay, por aquello de que quizá me siento fuera del sistema, que en dos ocasiones me enamorisqué de dos chicos que resultaron ser gay. Era tan pava en la época de la fakul que tuvo que venir otra amiga a abrirme los ojos: “Oye…¿este te gusta? Hombre, es muy mono pero no te das cuenta?”. Definitivamente no, no me daba cuenta.

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