jueves, septiembre 13, 2012

Señor, líbrame de los castos




Siempre he desconfiado de aquellos que repudian el sexo. Dios, en su infinita sabiduría, puso pene y vulvita en aquellos lugares para nuestra felicidad. Decía Woody Allen que el buen sexo siempre es sucio. Cierto, pero más sucio es el cotilleo que los tocamientos por los paseos de las delicias. Ese arte tan español. Y tan marrano. El de cotillear, digo.

Hacerse una peli erótica en los 70, podría ser una perversión, por la preparandoria más que nada. Imagino que los amateur del asunto contarían con un armatoste que guardar con esmero en el armario ropero de su casa (por ejemplo) pero hoy día esto de grabarse es de lo más habitual. Como decía la dura entrenadora de Glee, Sue Sylvester: “¿Qué tiene de especial un video erótico? ¡Todo el mundo tiene ya un video erótico!”

Aquellos que arquean las cejas que echen mano de los móviles de sus hijos (si les dejan), seguidores de la moda del sexting. Muchos famosos han sido pillados retratándose como su madre los trajo al mundo para el disfrute de algún particular. Desgraciadamente, nos hemos enterado todos. Ese alarde vanidad narcisista frente al espejo se paga, y muy cara, en esta sociedad postvictoriana.


Si dos adultos intercambian material inflamable entre ellos ¿Qué tiene de malo? Y sobre todo, como cantara Alaska ¿A quién le importa? Que la difusión –errónea, accidental o provocada—  de una grabación de alto voltaje dedicada a un destinatario particular sea noticia nos muestra, hasta qué punto, este país está enfermo y, sobre todo, muy, muy aburrido.

Juzgar a los demás es un pecado muy feo. Entiendo que inevitable en muchos casos pero me parece infinitamente más depravado el pasear la privacidad de alguien en semejante situación que el acto en sí. Dice muy poco de nosotros que perdamos el tiempo en criticar los placeres ajenos en lugar de ocuparnos de los propios.

Warholl estuvo sembrao con aquello de que todos tendríamos nuestros quince minutos de gloria. En la época de Studio 54 no existían los móviles, por suerte para muchas celebridades de la época. Enseñorearse con el erotismo propio y ajeno no es ninguna novedad. Hacerle un video calenturiento a tu pichurri puede ser un regalo, un estímulo para la sexualidad apagada de muchas relaciones duraderas y un chute de emoción para el destinatario. Puede ser todo eso, o algo sucio y pecaminoso. Todo está en los ojos de quien mira.

Nuestro lado salvaje es nuestro lado más humano. Una faceta que la civilización nos reprime con la rutina, el tedio, el cansancio y esta puta crisis que acabará con todos nosotros. Si nunca ha sido un poco salvaje, malo. Y si nunca le han enviado una prueba de amor apasionado, peor. Por si acaso, yo siempre sospecho del casto, que no del mayordomo, porque sin instinto estamos muertos.

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