domingo, octubre 21, 2012

Con peinetas y a lo loco




El tema de las manolas siempre me ha resultado controvertido. Por un lado, hay un retrato de mi madre de tal guisa que siempre ha presidido el pasillo de la casa familiar. Un pedazo de cuadro. Enorme. Mi madre estaba guapísima, todo hay que decirlo. Por suerte, no le asoma la teja, elemento al que le veo un punto alienigena, como una antena de la vieja’l visillo. Allí donde no llegan los tímpanos alcanza ese artilugio de carey. Por otro, las manolas me dan miedo. Es algo infantil, lo sé, pero siento que de un momento a otro me van a dar una colleja con esos brazos llenos de pulseras, me atizarán con el devocionario, me clavarán la peineta y me llamarán “fresca, más que fresca”.

Bonica me caía Cospedal. Al verla el otro día con tres pisos de teja, me dije: “mátame camión”. La quintaesencia de la señorita Rottenmeier. Si a ella le gusta ¿Quién soy yo para impedírselo? Pero que no vaya en representación nuestra ¿No quedábamos en que España es un estado aconfesional? 

No estoy de acuerdo con Julia Otero que las compara con otras mujeres de religiones monoteístas enlutadas de cabeza a los pies. No, Julia, una manola es otra cosa. Las musulmanas llevan un saco. Las manolas visten faldas de tubo, medias de rejilla, tacón de aguja de diez centímetros y  labios rojo pasión. Un ex novio tenía fantasías con las manolas. No digo más. Luego me salió gay. Ya me lo imagino de niño, con los tacones de su madre y la mantilla. Qué ciego es el amor. Me consta, en cualquier caso, que para muchos hetereosexuales constituyen un poderoso fetichismo.

En un principio, vestirse de manola era un modo de que ellas pudieran participar en las procesiones pero el atuendo es, a las claras, un vestigio de una época pasada donde las señoras iban con velo a la iglesia y cuarto y mitad de sumisión. Esa toca para ir a misa es el origen del traje de manola. En el atuendo de tarde-calle de nuestras antepasadas no faltaba el encaje sobre la cabeza. Esto sí que me recuerda a otras culturas deplorables que han de “proteger” a la mujer de la contemplación humana.

El negro puede ser sexy pero el negro “manola” se acerca a la visión que tenía Hitchcock de los pájaros. Es una oscuridad rota por el brillo de pocas o muchas joyas. Algunas van repletas de perlas como “la collares; desfilan con gesto adusto, con su vela, su rosario, encumbradas sus salones. Muy puestas y alcanforadas.

No me gusta que nuestras políticas se vistan de manolas por mucho que lo marque el protocolo.Un traje chaqueta, creo, es más representativo de toda la sociedad. La manola, la mantilla son símbolos del pasado. Dicha prenda se popularizó en la infausta época de Isabel II, así que, si las protestas callejeras dan mala imagen, también el ver a dos representantes del gobierno de la Nación ataviadas como en tiempos de Mari Castaña. 

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