domingo, septiembre 01, 2013

Killing me softly





Cogió mi cara entre sus manos y besó las lágrimas: “son mías”. Besó los párpados, mi boca. Con hambre. Volaba su lengua entre mi paladar. “Llevo muchos años con el mismo hombre”, le dije. 
 El deseo y la emoción de aquel momento alimentaban la vibración que precede al tsunami. El temblor, la fragilidad, eso éramos nosotros. Se disculpó. No estaba seguro de su vigor aquel día. Demasiados nervios: “Haré que merezca la pena, te lo prometo”. 

Me sentía invadida y escéptica. Con resolución me desvestí: “¡Qué hermosa eres! Desnuda más bella que con ropa”. Sonrió satisfecho. Yo no, no sonreía. Tenía un miedo monstruoso. Me aterraba mi propio ardor. Así que también era capaz de aquello. Capaz de la traición, de quebrantar los ideales por un calentón. Pero era mucho más que un juego. Por eso era transgresor, por eso peligroso. Nos tendimos en las sábanas. Su piel morena contra la mía blanca –“resplandeces”— sólos en la gran ciudad. 
Nos envolvía una atmósfera onírica, irreal. Aquello era un milagro porque abandoné el pudor y el hastío. Porque sus besos y sus manos me recorrieron entera, me dibujaron, me esculpieron, me convirtieron en la mujer más erótica del mundo. A partir de ese día nació otra persona. Comió de mi sexo tanto tiempo que perdí la cuenta “¿Otro más?” y se reía. Y se ponía sobre mi, y me mostraba su perfil –chistoso –porque siempre le decía que tenía un bonito perfil. Y sentía el sabor de mi sexo en su boca, distinto a como sabía con otros hombres. Y me gustaba. Y le dije: “¡Me vas a matar!” Y añadió: “Killing me softly”. Y es verdad que me mató. Porque desde entonces ya no hubo paz para mi, ni sensaciones capaces de acallar las de aquella tarde de los prodigios.

1 comentario:

Juan Guillamón dijo...

Tiáaaahhh...ya lo hube leído, pero eso, otra vez tiáaahhh.