domingo, febrero 23, 2014

Vínculos absurdos


Amor, sexo y matrimonio son tres variables que en casos excepcionales y durante unos años de nuestra vida, pueden ir de la mano. Un triángulo glorioso, vaya. La civilización occidental nos vende este triunvirato como la gran panacea. A veces, es la gran mentira. De hecho, pueden estar en franca contradicción.

La violación es un acto de anti-amor. Puro sexo animal no consentido. El suicidio el viernes en Torre Pacheco de una niña de 16 años, a la que sus padres pensaban desposar con un abuelo marroquí de 60, es la consecuencia nefasta de ese matrimonio impuesto, confabulado por las familias --¡Qué familias, la Virgen! -- que convierten en cautivos a sus miembros.

El amor es un caballo desbocado, decía el otro día el doctor Manuel Delgado en Julia en la Onda. Es casi indefinible, puede ser engañoso, como lo son las emociones, pero el amor mantenido en el tiempo crea lo que Alberoni denomina unos vínculos estrechos, fuertes. Al enamorarnos perdonamos todo: la decepción, la amargura, el dolor. Amamos a nuestros padres y madres, incluso si alguna vez no lo merecieron.

Pero volvamos a las raíces del matrimonio. Las tres grandes religiones monoteístas lo utilizaron para someter a la mujer, que siempre estaba en franca desventaja frente al hombre, a quien debían obediencia porque "era la voluntad de Dios". En la antigüedad, sólo los egipcios mantenían un vínculo de igual a igual y en Roma existía el coemptio: la única forma de matrimonio por amor (los contrayentes se compraban mutuamente haciéndose regalos). Las otras uniones previstas volvían a condenar a la mujer a matrimonios por conveniencia, las pobres niñas ricas-patricias habían de acatar lo que sus familias elegían por ellas; en otros casos, los padres organizaban unas extrañas fiestas, denominadas de "asalto", en las que daban permiso a varios hombres para conquistar a la casadera y fugarse con ella.

Así las cosas, las mujeres eran convertidas en patata caliente ¿Tener una joven casadera en casa que no casaban era una maldición? No me extraña que en nuestro subconsciente colectivo algunas tengamos la autoestima a la altura de un tubérculo. A las mujeres no nos querían ni en nuestras propias casas y nos endosaban un destino impuesto. Lo que no me explico es cómo la institución del matrimonio, el rollo ese de vestirse de blanco y todo lo demás sea para algunas el día más importante de su vida. En el matrimonio la mujer siempre pierde. Incluso hoy día. Incluso si nos toca en suerte un buen marido. Estamos educadas para sacrificar nuestro tiempo y parte de nuestra libertad por el bien común.

De las tres cosas, lo que menos dudas me provoca es el sexo: es lo que es. Sin emociones engañosas, sin enamoramientos sufridores. Bataille decía que la sexualidad es "desenfreno, violación de las reglas, de los tabúes, del orden del deber cotidiano. Vive en el presente. Es capricho, disipación, olvido de los deberes, de las preocupaciones". Qué cachondo, me habría gustado conocerle. 

En el sexo no hay reglas; con el amor se crean unas nuevas, se rompe el orden establecido y el matrimonio es un contrato. A veces de la sexualidad nace el amor. Algunos sostienen que el amor más duradero y verdadero es el que se origina con un buen calentón. Porque el sexo tiene algo de ineludible, inevitable. De realidad manifiesta. Sin embargo, el matrimonio es un documento legal, opaco, que firmas con los ojos cerrados en el acto de fe más absurdo de nuestra vida. Tan absurdo como vincular de forma artificial el sagrado amor, el sexo ineludible y la frialdad del contrato nupcial.

1 comentario:

Beauséant dijo...

El contrato es un matrimonio al que deberíamos quitar todas esas connotaciones religiosas y de propiedad. es una declaración de intenciones y de mutuo respeto hacia la otra parte que, cuando no se cumple, debe tener algún tipo de sanción legal...

Hay quién dice, claro, que no necesita esas cosas para demostrar su amor, pero las personas dolidas no somos racionales, ¿no?