miércoles, mayo 07, 2014

EL MÉTODO





Qué lista eres, me decías.  Aunque al princpio la palabra que utilizabas conmigo era la de "talento". Hace falta tener mucho talento para a que a una niña de 14 años le guste Frank Sinatra. Después, pasé la etapa de detective. Podía saber sin mirarte si me eras infiel. Podía saber sin que estuvieras presente, que te tirabas a la gitana que le hacía los coros a aquel cantante guapo que triunfaba a finales de los 90. Me daba igual. No estábamos juntos en aquella época y ya te conocía demasiado bien. Aunque a ti, la que te gustaba era la hija y no la madre. Eso también me lo podía figurar. Lo cabrón que eras.

Luego te daban los ataques de mi. Y me llamabas a todas horas. Y resultaba que a tus años yo era el amor de tu vida. O te pimplabas media botella de JB y me dejabas diez mensajes en el contestador. Adoraba esos mensajes de lobo aúllando a la luna. Pero la luna no bajaba. La luna eres tú, me decías. "Baja luna, tu lugar está aquí, conmigo".

Después a mi me entraban los ataques de "te quieros" y me pasaba el día repitiéndotelo. Y tú: qué pesada con el amor. El amor sólo trae disgustos y problemas. Lo jodido es que me amabas. Lo jodido es que para cuando te diste cuenta de verdad, de verdad de la buena, tú estabas muy enfermo y tus flores en San Valentín ya no me emocionaban un pimiento.

Y yo era la lista que no sabía mentir. Que te cantaba las cuarenta, que te soltaba las verdades del barquero "pareces vasca, cojones". ¿Para qué mentirte? A veces pienso si todo aquello que hice para olvidarte y la losa que puse a nuestros recuerdos fue una venganza. La venganza de alguien con demasiado orgullo para tolerar que un tipo como tú me camelase, pusiera patas arriba mi vida por un capricho. Porque yo era tu capricho: "Merezco alguien como tú", proclamabas. Igual que si fuese una muñeca chochona de la feria. Qué pesada estás con el amor, decías. Pero el amor te llegó después. Un amor por encima de tu ego, por encima de caprichos. Un amor generoso que quiso ahorrarme todo tu sufrimiento final y que se despidió de mi con una ternura inmensa.

Toda tu dedicación primera tenía como único objetivo componer tu propia imagen, no la mía (aunque la compusiste, casi me creaste de nuevo). El despego de tus últimos años, el que me dejaba respirar, desintoxicarme de ti, ese desapego sí que nació por fin del amor (Qué pesada con el amor).
Y has creado un monstruo. Casi a tu imagen y semejanza. Fascinante pero egoísta. Un monstruo que asfixia a todos sus nuevos amores porque ese fue tu método de conquista.
Entiendo perfectamente el Síndrome de Estocolmo aunque tus secuestros, tengo que admitirlo, siempre fueron  sofisticados y hermosos. Y no importaba estar secuestrada en aquellos lugares donde tu mente viajaba con la mía, donde nuestros cuerpos sudaban y gozaban.
He de desaprender el método o jamás volveré a ser feliz.

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