domingo, julio 06, 2014

ADICTOS





Sergio fumaba mucho. Muchísimo. Se encadenaba a los paquetes de tabaco por no encadenarse a otras mujeres. Hubo una época en que lo hizo y las consecuencias fueron catastróficas. No había opción: si un día retomaba el firme propósito de dejar de fumar automáticamente pensaba en el sexo.  Pensaba en Lola. ¡Qué castigo de Dios conocerla! La odiaba, la temía. Estaba buena pero, por favor, qué peligrosa era. Podía derrumbar lo que tantos años le costó levantar. 

Los adictos se reconocen entre ellos. Se huelen, se atraen se desean. El sexo entre dos adictos es inconcebible para otro ser humano. No importa la edad, la situación sentimental. Se sacan las fuerzas de donde no las hay. Se echan de un manotazo todos los prejuicios. Se enganchan a un cuerpo como un yonqui a esa heroína. Y nada sabe mejor que un polvo salvaje entre dos adictos que se desean y descargan su furia y ansiedad en otro cuerpo. Un regalo para dar y para recibir.

Sergio coincidió con Lola en el ascensor de la empresa. Y eso que siempre bajaba a horas en las que sabía que ella ya habría marchado: “Me ha tocado adelantar un número de la revista de motor. Un rollo, chico”. Él la miraba con el deseo disparado. Lola siempre llevaba escotes, era una copa abierta a la vida. Era tan hermosa y chispeante. Sus ojos hablaban solos. Las manos bailaban a su compás. Sus hombros eran un pecado, una provocación. Cuando casi llegaban a la planta séptima, Sergio no pudo reprimir a sus manos que se posaron sobre la cintura y la cara de Lola. Ella despegó esas manos con suavidad y cariño. “Sergio, Sergio. Tanto te he esperado. Pero hoy ya no”. Ella le mostró un precioso añillo de compromiso.  Un diamante comprado en la 5ª Avenida nada menos. Sí, era de Tiffany’s. Y su prometido, el dueño de un equipo de fútbol, entre otras valiosas posesiones. También era un adicto, como ella, como Sergio. Pero en esta ocasión -- Lola narraba-- ambos se habían enganchado a un amor, primero  juguetón, luego chispeante, luego profundo. “Créeme, Sergio, si alguien me dice a estas alturas de mi vida que me iba a enamorar, me habría estado riendo un mes.Y, sobre todo, si alguien me dice que un millonario guapo, cachas, macizo y divorciado se iba a enamorar de  mi como lo está el pobre Ramón, me hubiese caído de espaldas. Esto ha sido un milagro. Gracias por evitarme todos estos años. Gracias por tantos golpes a mi moral y mi autoestima. Sí, Sergio, Gracias a ti he tenido paciencia para esperar a un hombre de verdad que lo ha dado todo por mi, sin pedirme nada. Al contrario. Por cierto, el mes que viene paso a dirigir tu revista que la ha comprado Ramón porque sabe que me encanta la cultura. Ah, y estás despedido”.

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