miércoles, abril 20, 2016

El porno y la tontuna

 


 Ver porno nos hace más tontos. Eso es lo que concluye un estudio de Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Berlín. No entiendo por qué las personas humanas nos prestamos a estas majaderías ¿Acaso no sospechan dentro de dos años harán otro estudio que desmentirá el anterior? ¿Y qué íbamos hacer los periodistas para amenizarles el fin de semana? Ay, señor.

El porno, siempre tan controvertido.

 El experimento lo hicieron con  64 hombres de entre 21 y 45 años que veían pornografía al menos cuatro horas semanales ¿El resultado? cuanta más pornografía consumía un hombre, más se deterioraban las conexiones neuronales entre el cuerpo estriado de su cerebro y la corteza cerebral: zona encargada de la toma de decisiones, el comportamiento y la motivación. Imagino que en otros lares menos científicos, a ese fenómeno se le llama encoñamiento.

Lo que me disgusta —francamente queridos, desde este lar lo tengo que decir—es que prefiráis la ficción a la realidad. Y no me cansaré de repetirlo. El porno no es verdad. En ese sentido, es igual de nocivo que las comedias románticas; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Sobre los estudios tengo mis reservas. Es absurdo generalizar porque el porno es diverso, como los seres vivos, los insectos y hasta las macetas. Cada quién es cada cual. Y si ver porno durante cuatro horas semanales nos reseca la materia gris, no digamos otras bazofias audiovisuales menos gratificantes.

 Los autores de este trabajo añaden que el porno altera la plasticidad neuronal. Para que me entiendan, nos da tanto gustirrín que engancha. Es un subidón de dopamina fácil, sencillo. A sólo un clic. Y nos gustan no sólo los subidones de dopamina, sino los subidones gratis: sin costes emocionales ni dinerarios.

 También remarcan que esto no es un causa-efecto. Así que, la industria del porno ya puede relajar los esfínteres que el 84% de los hombres del mundo occidental seguirán consumiendo este producto artificial y cada día menos elaborado. Yo, más que del porno, soy partidaria de la erótica. Me aburre ver tanto pene y tanta vagina. Los actores parecen de plástico, rociados con aceites y fluidos varios y, sobre todo, es que el porno es como un cocido pero sin confeccionar.

Su morcilla, sus garbanzos, su tocino, sus patatas, incluso sus callos pero todo ahí, puesto en la losa de la cocina a la falta de unas manos expertas que condimenten la materia prima.   Lo que sí es cierto es que las experiencias modifican la plasticidad de nuestro cerebro. Las experiencias nos condicionan. Las positivas, las negativas. Ya nada vuelve a ser como antes. Por eso, yo invertiría el orden del estudio. Señores científicos, averigüen qué vivencias alteran nuestro cerebro y nuestra percepción para que dejemos de hacer complicado lo simple. Dígannos qué hay que comer para no dejar nunca de soñar y para hacer realidad nuestros sueños sin aplastar los de los demás. ¿Existirá en el futuro un generador virtual de experiencias que nos ofrezca gratificación y recompensa en lugar de desdicha y castigo?

 El porno es una rama más de la insaciable, infatigable, omnivora y canibal industria del ocio. Nada más. Sinceramente, no creo que cuatro horas de porno a la semana nos conviertan en lerdos si no hay algo de lerditud en nuestro interior. Es un pasatiempo que sólo tiene un riesgo: aficionarse a vivir la sexualidad a través de otros. Como el que está enganchado a las series y desiste de salir de su casa a luchar por su vida. Es infinitamente más sencillo conseguir un orgasmo con un vibrador o con un rato de porno

  ¿Pero de verdad nos gusta siempre lo fácil? A mi, no.

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