jueves, marzo 01, 2018

El final del compromiso

 
compromiso


 Los humanos del siglo XXI, tan descomprometidos y superficiales, somos incapaces de fijar una fecha con tres días vista. Todo es líquido, móvil, intercambiable. Las estructuras fijas desaparecieron. Lo efímero conlleva una parte de belleza esencial e indiscutible. Ya lo cantaba la inmortal Rocío Jurado: jamás duró una flor dos primaveras. Sin embargo, conforme pasan los años —quizá precisamente por eso— me aferro a lo que permanece. Lo que nos arraiga a la vida, lo que nos hace esencialmente humanos. 

Los hijos, por ejemplo. Los amores de verdad, los amigos de la infancia. Esas personas raíz y referente en tus memorias: un profesor que marcó tu vida, las zapatillas que te regaló aquel vecino que te convirtieron en deportista por siempre, la canción que te descubrió el misterio de las relaciones, tu familia y — cómo no—la playa de la infancia. Lo efímero tiene su encanto pero, personalmente, me irrita. Se salvan los ramos de rosas, o las rosas sin ramo, o el aire que respiramos, o las cañas con marineras que duran un segundo mientras charlas con tu amiga del alma al solecico. 

Sin embargo, rosas, cañas, marineras y sol conforman en muchas ocasiones momentos eternos. La red de afectos tan importante para sostener nuestras vidas y mantener tersa la sonrisa. Ese andamiaje de besicos, “cuidate”, “te quiero mucho” y abrazos, muchos abrazos. Ese mapa de relaciones humanas nos define, nos construye, nos cuida, nos mantiene sanos y salvos de la depresión y la tristeza. Y eso jamás puede ser efímero. Para bien o para mal, hemos de aprender a navegar en este mundo donde, definitivamente, ya nada es para siempre y dónde los valores permanentes gozan de cierto tufo a alcanfor. Cierto, venimos al mundo sin libro instrucciones y de existir un tratado para permanecer a flote en tiempos de tormentas y naufragios, este nacería con su correspondiente obsolescencia programada.

  Cuando uno se resiste a fijar lo que sea: una amistad, una relación, el fin de una relación o una bonita palabra del vocabulario es por el temor a creer que se está perdiendo algo ¿Y si me descalabro? ¿Y si me equivoco? ¿Y si por el camino encuentro algo mejor? Hala, pues lo dejo en el aire y juego con el calendario, con los planes y en definitiva con las personas. Cuando se juega con las personas de ese modo se las cosifica. Las transformas en mercancía. Y esto es aplicable a todo tipo de relaciones. Pero tengo dos noticias: primera, jugar con las vidas ajenas siempre conlleva consecuencias. Seguda, equivocarse no es tan malo. Es más, se precisa el error para obtener ese hallazgo que transforma las cosas y que nos lleva a ese momento Eureka. Cuando uno deja en manos del “tiempo” la solución de determinados dilemas morales o decisiones importantes que afectan a otros, en la cuenta atrás, algo le explotará en la cara. O decides, o te “deciden”

Eso de que el tiempo pone cada cosa en su lugar tiene su parte de realidad  pero, y les doy otra noticia: no siempre ese lugar será el de tu agrado ¿Quién te dice que el tiempo será tu aliado? Puede ser el más cruel de tus verdugos. Yo soy partidaria del compromiso. Primero con uno mismo y después con los demás. Partidaria de coger el toro por los cuernos y ser valiente para tachar el “Sí quiero”, el “No quiero” en tu vida, a pesar de las consecuencias. En esta época de gilipollez supina, selfitis, ombliguismo y miedo a tomar partido, lo valiente, lo revolucionario y subversivo es apostar por el compromiso.

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